Pamplona no es una Fiesta

Este año los lugareños nos ven con disimulada curiosidad a los escasos turistas que recorremos la calle Mercaderes y Estafeta por donde cada año tiene lugar los encierros de los Sanfermines .

Este año Pamplona no ha sido una fiesta. Los lugareños nos ven con disimulada curiosidad a los escasos turistas que recorremos la calle Mercaderes y Estafeta por donde cada año tiene lugar los encierros de los Sanfermines. El visitante no necesita ser muy zahorí para percibir en la parsimonia, el recelo y la cautela de los habitantes de esta urbe que la
suspensión de esta festividad los ha marcado a fuego.


Desde la Edad Media, Pamplona es el escenario de una festividad que es una mezcla de feria comercial, fiesta religiosa y de la afición por la corrida de toros que, poco a poco, fue adquiriendo un perfil singular atrayendo a miles de personas que cada año se congregan a la que está considerada entre las siete fiestas más famosas del mundo.
Desde hace tiempo he tenido ganas de participar en los Sanfermines de Pamplona, capital de Navarra, donde cada seis de julio se enciende la mecha de una festividad que durante una semana convierte a esta urbe apacible en un pandemonio. Durante este lapso de tiempo Pamplona se convierte en el epicentro del jolgorio. Las estrechas calles empedradas del casco viejo se ven inundadas por un millón de turistas que vienen atraídos por lo que Fernando Savater califica de un “ritual inexplicable, de bárbara sutileza (si aceptan el oxímoron).” Cada uno de los días de esa semana, a partir de las ocho de la mañana, los enfervorizados pobladores se mezclan con gentes de diversa procedencia para poner a prueba su coraje en el encierro. Este extraño ritual consiste en correr delante de una manada de seis toros de lidia que embisten furibundos contra lo que encuentran a su paso por unas calles que desembocan en la plaza de toros, donde por la tarde de ese mismo día se celebrará una corrida.


Recorriendo el casco viejo de Pamplona me ha costado esfuerzo imaginar a la marea humana de color blanco y pañuelos rojos que recita una plegaria ante la hornacina de San Fermín de Amiens, patrón de Pamplona, antes de
vivir la mágica experiencia que hace colindar la vida con la muerte durante los cuatro minutos que dura el trayecto de 849 metros entre los corrales y el coso.


Nazim, el amigo peruano que me guía por el dédalo de callecitas, nos lleva de frente a la Plaza del Ayuntamiento. En una encrucijada de callecitas se yergue el mestizo edificio de estilo rococó y barroco que llama nuestra atención. Desde el balcón de este edificio se lanza el chupinazo que da comienzo a las Fiestas de San Fermín. Un clima de resignación se percibe en esta pujante ciudad, en las terrazas de los cafés aledaños algunos comensales desganados beben y conversan. “Usted no se imagina la multitud de gente que llena esta plaza durante los Sanfermines”-me espeta el guía, un peruano que desde hace veinte años reside en la capital de Navarra.


Sin pedírselo Nazim me lleva a los corrales que este año lucen vacíos. Un grupo ralo de turistas españoles nos flanquea en nuestro recorrido y se detienen cada cierto tramo a tomarse fotos ante la hornacina de San Fermín, en un pasaje del trayecto del encierro, en los corrales. Ni las risotadas ni la algarabía pueblan Pamplona. Ni la tensa expectativa con la que se espera la irrupción de los toros. Una tienda ofrece por cinco euros un polo, un pañuelo y una foto de la pasada edición de los Sanfermines. Y, rendido por la nostalgia, me resignó a vivir unos falsos Sanfermines de cartón piedra.
Desde que leí Fiesta, la novela en la que Hemingway recreó literariamente su primera visita a Pamplona en 1923 cuando se encandiló con España y esta festividad, al punto que regresó hasta en nueve oportunidades, abrigué la
esperanza de participar en los Sanfermines. Esta novela retrata a un grupo de norteamericanos que, tratando de ahuyentar el vacío y las frustraciones de la existencia, viaja por Europa en busca de emociones. La obra también es la
crónica de un amor imposible pero duradero, fuente de nostalgia y amargura.


Nadie como el autor de El viejo y el mar contribuyó a internacionalizar esta fiesta pagana, así lo reconocen tirios y troyanos. El escritor falangista pamplonés Rafael García Serrano decía que Hemingway era “el mejor agente publicitario de las fiestas de San Fermín”. Y su presencia también se advierte en los rumores y leyendas sobre sus estancias en Pamplona.

¿Hemingway corrió o no los encierros de los Sanfermines? La mayoría de estudiosos coinciden en señalar que nunca corrió los encierros, siempre se mantuvo a una prudente distancia y solo fue testigo de la muerte de uno de
los jóvenes que no medían el peligro y se arrojaban temerariamente al juego con la muerte. La mayor parte del tiempo se las pasó bebiendo como cosaco y pescando truchas en el río.


Además de Fiesta, en Muerte en la tarde también canibaliza sus experiencias en los Sanfermines para componer un soberbio manual de la tauromaquia y brindarnos su visión de la corrida de toros: “El único lugar en donde se puede ver la vida y la muerte, esto es, la muerte violenta, una vez que las guerras habían terminado, era en el ruedo, y yo deseaba ardientemente ir a España, en donde podría estudiar el espectáculo. Me ejercitaba en mi oficio comenzando por las cosas más sencillas, y una de las cosas más sencillas y más elementales sobre las que se puede escribir, es la muerte violenta. La muerte violenta no tiene las complicaciones de la muerte por enfermedad ni de la muerte llamada natural, ni de la muerte de un amigo, ni de la de alguien a quien se ha querido o se ha odiado; pero, de todas formas, es la muerte uno de los temas sobre los que un hombre puede permitirse escribir.”

Sin darnos cuenta, al mediodía, nos encontramos frente al Café Iruña, a donde, según refiere la leyenda popular, acudía el escritor a hacer tertulia. Allí bebimos una cerveza mientras nos recuperábamos de las impresiones vividas y tratábamos de discernir entre la realidad y la ficción. Habíamos pasado una mañana extraordinaria y, antes de partir a San Sebastián y a Bilbao, me eché a correr por las calles de Pamplona persiguiendo a toros imaginarios.

Domingo Varas Loli / Periodista – Cooperando

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