En el Museo Reina Sofía de Madrid me he terminado de convencer que una obra maestra es aquella capaz de hacerle vivir al espectador una experiencia sobrenatural.
La Gioconda en el Museo de Louvre captó mi atención y me deslumbró cuando la vi hace algunos años; hace pocas semanas los retratos de Rembrandt me hicieron sentir la transfiguración de la realidad por el arte, pero nada se compara con el estallido de sensaciones que despertó en mí la contemplación del Guernica de Pablo Picasso. No sabía qué hacer: dar unos pasos, mirar a los otros espectadores, regresar a ver los bocetos o pararme a escudriñar el cuadro que me interpelaba.
Opté por esta última alternativa. Me paré frente al cuadro -como el torero frente a la bestia en el coso – y comencé a deconstruirlo. Identifiqué en medio del tropel de figuras que cuatro mujeres, un caballo, un toro, un pájaro, una
bombilla y un hombre componen su iconografía, la que logra transmitir el horror y la piedad que inspiraron en el creador los episodios de la Guerra Civil española.
Estos poderosos sentimientos nos intimidan y sobrecogen más de ochenta años después de pintado el cuadro y de los acontecimientos históricos que lo inspiraron. La potente carga simbólica de sus motivos pictóricos nos estremece
porque nos hace reencontrarnos con lo más esencial de la condición humana. En la exasperada superficie del Guernica se halla reflejado el terror de la muerte y, en medio de esta traumática experiencia, una débil señal de
esperanza.
Muchos análisis e interpretaciones se han hecho del Guernica, pero ninguno de ellos ha logrado hacerle perder su condición de enigma. Los críticos han señalado que las mujeres simbolizan el sufrimiento y el dolor; el caballo y el
toro la idiosincrasia del pueblo español y los avatares de la vida personal. El pájaro el afán de la libertad y la bombilla una especie de ojo que representa la divinidad o la esperanza. El hombre en el suelo con sus brazos abiertos nos
hace evocar la crucifixión como sufrimiento y sacrificio del hombre. Pero el cuadro sigue intrigando a los miles de espectadores que hacen un verdadero peregrinaje para observarlo en vivo y en directo.
Polisémico y ambiguo, el Guernica admite diversas interpretaciones. En los últimos tiempos la más reciente lectura es que el Guernica, antes que los horrores de la Guerra Civil española, testimonia la agitada vida sentimental de Picasso.
El Guernica no fue pintado por la libre voluntad artística de Picasso sino que fue un encargo del gobierno de la Segunda República española que deseaba publicitar la causa republicana y no encontró mejor ocasión que la Exposición Internacional de París de 1937. A principios de enero de este año, una delegación encabezada por el diseñador Josep Renau, el arquitecto Luis Lacasa e integrada por los escritores Juan Larrea, Max Aub y José Bergamín lo visitaron en su taller para plantearle la propuesta del gobierno republicano.
Picasso los escuchó, escéptico, sin mostrar entusiasmo, impermeable a la posibilidad de poner su arte al servicio de una causa política. Ante la tenaz insistencia de los delegados terminó por aceptar. Muchas imágenes se agolpaban en la mente de Picasso, pero ninguna de ellas lo impulsó a emprender el proceso creativo. Hasta que la mañana del 27 de abril de 1937 se enteró por un reportaje publicado en el diario comunista L Humanité de la masacre contra la pequeña villa vasca de Guernica cometida por la siniestra Luftwaffe alemana y una división de la aviación italiana.
Conmovido y acicateado por las horrendas imágenes de esta masacre se puso a hacer los primeros bocetos.
El Guernica fue pintado en tiempo récord. Casi cinco semanas, entre el primero de mayo y fines de la primera semana de junio de 1937, le tomó a Picasso dar vida a sus fantasmas y componer el cuadro que se ha vuelto parte del imaginario universal. Su entonces compañera sentimental, la fotógrafa Dora Maar, hizo un registro fotográfico del proceso de creación del Guernica, lo que ha permitido arrojar luces sobre la gestación de esta obra maestraSe trata de un cuadro de gran formato, de 3,49 metros de altura por 7,77 de ancho, un óleo sobre lienzo, pintado de blanco, negro y gris para dotar al cuadro de mayor potencia expresiva. Picasso declaró alguna vez que la ausencia de colores obedecía al propósito de que el cuadro comunicara una atmósfera de mayor “oscuridad y brutalidad”. Visto más de ochenta años después de creado uno se da cuenta de que fue una acertada elección del pintor.
En realidad, fue una de las pocas elecciones racionales que hizo. Lo demás fue una irrupción del instinto creativo, un develamiento progresivo de imágenes concebidas en medio de un sueño lúcido. Ya desde el primero de los 45 bocetos que jalonaron la creación del Guernica aparecen los iconos de esta obra maestra. Durante la fulminante ejecución de la obra variaron la posición de estos iconos y algunos detalles de su fisonomía. Como si solo se tratara de recuperar las formas concretas sumergidas en la imaginación del pintor. No hay una solución de continuidad entre el Guernica y su vasta y versátil obra anterior. Los críticos han filiado en la tauromaquia, una serie de cuadros alrededor de la figura emblemática del toro, el primer antecedente de la obra más importante del siglo XX.
La pintura de Picasso no hizo concesiones de ningún tipo, siempre estuvo dispuesta a convertirla en un arma para la toma de conciencia sobre el estado de la condición humana. “La pintura no está para decorar apartamentos, el
arte es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo”, declaró Picasso antes de pintar su opus magna. El pintor más dotado en el uso de las técnicas literarias, que protagonizó diversos ciclos creativos y pudo
haberse regodeado más de la cuenta en alguno de ellos, se reinventaba permanentemente.
Exaltado, ensimismado, abrumado en estas disquisiciones no me había percatado que otros espectadores aguardaban su turno para vivir una experiencia similar a la mía. Antes de abandonar la sala miro por última vez el cuadro de Picasso tratando de atesorarlo en mi mente. Salí apurado del museo. Ya no quise contemplar más cuadros, porque sentía que mi capacidad de asombro había llegado a su límite.
Domingo Varas Loli / Periodista – Cooperando