Gajes de Oficio: Vargas Llosa y Galdós

Mario Vargas Llosa es noticia en Madrid cuando presenta un libro o cuando aparece en una calle céntrica de esta ciudad caminando apoyado en un bastón.

No hay duda del interés mediático que suscita y al que él se ha resignado con estoicismo desde hace algún tiempo. En la presentación de La mirada quieta(de Pérez Galdós) en El Ateneo de Madrid no dejó de sorprender con  gestos como el mea culpa que hizo público después de aceptar que este cuaderno de bitácora de sus lecturas del escritor canario estuvo plagada de diversos tipos de gazapos y de incongruencias, inexactitudes y bulos que  desvirtuaban la publicación de este libro. Agradeció a su homólogo español Andrés Trapiello por asumir la tarea de expurgarlo.

La mirada quieta ha estado nimbada, desde sus orígenes, por un halo de controversia y su publicación generó un vendaval de críticas que no cesan. Algunos críticos literarios -el más sañudo entre ellos el galdosista Germán Gullón- han enfilado sus baterías contra el libro de Vargas Llosa, descalificándolo por diversas razones que van desde el chauvinismo cultural hasta defectos como erratas, datos falsos y muestras de ignorancia supina en un autor cuya obra crítica hasta ahora gozaba de unánime reconocimiento.

En La mirada quieta no hay una teoría literaria o esquemas exegéticos propios del autor, elaborados a contracorriente del discurso crítico oficial y aun en los márgenes de la crítica académica como en sus anteriores ensayos. En este libro solo hay una breve introducción y una serie de lecturas críticas de las novelas y el teatro de Galdós, incluidos los Episodios nacionales. Se trata, a todas luces, de una obra de menor calado, poco ambiciosa y que no logra establecer una red de vasos comunicantes en la vasta obra de Pérez Galdós como ocurría con Historia de un deicidio o La tentación de lo imposible.  

Este ensayo, como otros que le han dado prestigio en el campo de la crítica literaria, es el fruto de una ardua investigación emprendida para cumplir un encargo o para dictar un curso universitario. En este último caso la idea de escribir este libro surgió del encargo de la Real Academia Española (RAE) para que pronuncie el discurso de homenaje al conmemorarse el centenario de la muerte de Galdós.

LA PROEZA DEL LECTOR

No obstante que solo había leído Fortunata y Jacinta hace medio siglo, Vargas Llosa aceptó el reto de la RAE y se puso a leer con disciplina fanática la vasta obra de don Benito Pérez Galdós que sobrepasa los cien títulos entre sus novelas, teatro, la saga de los episodios nacionales, sin contar los miles de artículos que no ha terminado de leer sin sentir remordimientos por esta omisión porque Pérez Galdós no tiene el peso intelectual de José Ortega y Gasset o Miguel de Unamuno.

Durante los dieciocho meses que duró el confinamiento por la pandemia del COVID 19, el autor de La orgía perpetua se dedicó a leer las obras completas de Pérez Galdós de principio a fin. “Creo que es el único autor al que he leído casi toda su obra de principio a fin”. Aturdido por la proeza de Vargas Llosa, capaz de leer con la concentración mística de antaño en una época de la vida en la que sobre todo se relee, Trapiello admitió no haber leído las obras completas de Galdós a pesar de ser reconocido como uno de los mayores galdosistas de España.

La carrera literaria de Benito Pérez Galdós se desarrolló en un medio enrarecido por la polémica y las resistencias y controversias generadas por los altibajos de su prolífica narrativa. Nadie pone en tela de juicio la importancia de la obra de Pérez Galdós que puso fin al largo y ominoso silencio de la narrativa española después del milagro creativo de El Quijote. El mismo Javier Cercas que desató la polémica tras declarar que la prosa del autor de los Episodios nacionales no le gustaba, poco tiempo después en su columna Palos de ciego del diario El país reconocía la obra del escritor canario como un proyecto de una ambición y una amplitud inéditas que echaba las bases de una tradición novelesca que brillaba por su ausencia en España. Cercas agregó con el talante provocador que lo caracteriza que ni las Memorias de un hombre de acción de Baroja, ni La guerra carlista de Valle Inclán eran concebibles sin los Episodios nacionales. 

¿CLÁSICO O MODERNO?

Por la boca muere el pez – dice el refrán. Vargas Llosa había sostenido que, hechas las sumas y las restas, a pesar de los altibajos en las novelas de Pérez Galdós este había llegado s convertirse en un verdadero clásico, por lo que su obra debería ser leída con cierta indulgencia considerando el ambiente hostil en el que había escrito la mayor parte de su obra y los vertiginosos plazos de dos a tres meses en los que la escribía.

La principal crítica de Vargas Llosa contra Pérez Galdós es que fue un novelista preflaubertiano que jamás comprendió que el primer personaje que inventa un novelista es el narrador y que de su performance en el relato dependerá la independencia y autonomía del mundo de la ficción. Ya desde las críticas que formula contra La sombra (170), probablemente la primera novela de Galdós, este arremete contra la impericia del narrador en el manejo del punto de vista: “Quizá lo más absurdo de esta novelita sin aliento ni forma es la confusión que hay entre el narrador y los personajes de la historia…”

Algunas páginas más adelante, al reseñar “Doña Perfecta” (1876), afirma: “No hay duda de que es una de sus mejores novelas, por lo bien escrita y lo ceñida que está, con pocas intromisiones del autor, y por lo bien redondeado del relato, concebido como un cubo perfecto. La mirada quieta del narrador funciona aquí de maravillas.”

A estas alturas de la conversación Trapiello interpela a Vargas Llosa y lo conmina a definir la aparente contradicción en la que incurre al sostener que Pérez Galdós es un clásico y, al mismo tiempo, un escritor premoderno. ¿Qué prefieres tú: ser un clásico o un premoderno? – le espetó Trapiello al novelista peruano después de restar importancia a estas categorías.  Sin pensarlo dos veces aquel respondió: un clásico.

Atento al desarrollo de esta breve esgrima verbal, Juan Cruz puso entre las cuerdas al autor de La guerra del fin del mundo al preguntarle si le hubiera otorgado el premio Nobel a Galdós. “Sí, claro que le hubiera dado el Nobel. Lo merecía sin duda, más aún si se recuerda que se lo dieron a José Echegaray. ¿Quién lee hoy a Echegaray?- dijo como respuesta. Una salva de aplausos lo sacó de su asombro. Había terminado la presentación.

Domingo Varas Loli

Periodista Cooperando

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