Desde la pandemia, el odio en redes se dirige (también) hacia los divulgadores, y esto tiene consecuencias.
¿Quién no ha recibido algún comentario ofensivo en Twitter? ¿Quién no ha tenido que silenciar o bloquear alguna cuenta que se estaba pasando de la raya? ¿Quién no ha cerrado alguna vez su propia cuenta porque ya no podía más? No debería ser normal, pero a medida que crece la visibilidad en redes de una persona, y sobre todo si pertenece a determinados ámbitos, esto se convierte en el pan de cada día. Hasta hace dos años, la ciencia no formaba parte, en general, de esos ámbitos más sensibles. Desde la llegada del covid, sí, y esto ha tenido consecuencias para los investigadores y expertos, así como para su divulgación.
Según un estudio de la revista Nature publicado hace un mes y realizado entre más de 300 científicos de diferentes países, el 60% de los participantes había recibido algún ataque por hablar públicamente sobre el coronavirus, más del 20% había sido amenazado con violencia de tipo físico o sexual, y el 15% había recibido amenazas de muerte.
A los epidemiólogos consultados por El HuffPost todo esto les suena demasiado, aunque curiosamente tratan de minimizar su caso. Salvador Macip, doctor en Medicina e investigador de la Universidad de Leicester, forma parte de ese no tan selecto club de científicos que han sido amenazados de muerte simplemente por explicar la situación de la pandemia y dar su opinión sobre algún tema relacionado.
Hasta cierto punto, te acostumbras a que te insulten por Twitter, pero esa vez la cosa pasó de castaño a oscuro
Macip, que es catalán pero reside en Inglaterra, recuerda que ocurrió “justo cuando se empezó a hablar de vacunar a los niños”. Cuenta que le entrevistaron en televisión, y “eso atrajo la ira de los grupos antivacunas, que son especialmente sensibles con el tema de los niños”. “Hasta cierto punto, te acostumbras a que te insulten o a que te escriban de forma maleducada por Twitter, pero esa vez la cosa pasó de castaño a oscuro”, explica. “Se creó una campaña organizada en Instagram, en Facebook y en YouTube, de gente que me insultaba y que llegaban a escribir amenazas físicas e incluso de muerte. Esto ya fue a otro nivel”, describe.
Bloquear y “esperar a que se cansen”
Los acosadores le decían que sabían dónde vivía y que iban a ir a por él. Macip, sin embargo, trató de no darle mucha importancia. “Cerré los comentarios en redes un par de semanas, bloqueé a mucha gente, y esperé a que se cansaran”, cuenta.
El epidemiólogo Pedro Gullón también sabe de lo que habla su colega. Hace un mes, cerró temporalmente su cuenta de Twitter por el acoso de haters y trolls que, sin ser negacionistas, no toleraron su postura sobre los medidores de CO2 y los filtros HEPA. “Me llegaron varios insultos por unas declaraciones y dije: ‘Paso’”, recuerda Gullón, que insiste en que “no fue nada grave”, pero “llevaba un tiempo” sin que le pasara “algo así” y prefirió desconectar. “Tampoco es para tanto, pero cuando no estás acostumbrado te choca. Y me cansé”, dice.
Este acoso forma parte de un problema mayor que tenemos con las redes y la facilidad con la que se emplea el odio ante una visión contraria
Para Alexandre López Borrull, experto en fake news e investigador de la UOC, esta es una de las claves. Este tipo de acoso no es del todo nuevo en redes sociales, pero para los científicos, sí. “La exposición mediática que ha tenido este colectivo a raíz de la pandemia ha dirigido hacia ellos un tipo de violencia verbal a la que no estaban acostumbrados, y que en otros ámbitos de más visibilidad llevan sufriendo un tiempo”, explica López Borrull. El experto recalca que no trata de “minimizar” la cuestión, sino de “contextualizarla”, al considerar que forma parte de un “problema mayor que tenemos con las redes sociales y la facilidad con la que se emplean el odio y la poca argumentación frente a la visión contraria”, señala.
Lo cierto es que desde hace aproximadamente dos años el conocimiento científico en redes, de algún modo, se ha democratizado, y esto ha tenido consecuencias positivas, pero también negativas. “En el momento en el que todo el mundo puede opinar sobre un preprint o un artículo sobre el uso de una vacuna, empiezan a verse críticas que no tienen que ver con la argumentación científica”, explica López Borrull. Estas pueden venir de parte de movimientos negacionistas y conspiranoicos, pero no sólo eso; “también de gente a la que no le gustan determinadas decisiones”, cita el experto.
El caso de Fernando Simón y sus homólogos extranjeros
Durante muchos meses, en España, la figura que catalizó todo ese odio fue Fernando Simón. El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), designado en 2012 por la entonces ministra de Sanidad del PP Ana Mato, saltó a la ‘fama’ de la noche a la mañana por dar las cifras de contagios covid a diario y tratar de explicar las nuevas medidas que tomaba el país. Simón —que afortunadamente para él no tiene perfil en redes sociales— fue objeto de burla, mofa, humillación, acoso familiar, reproches e incluso denuncias ante los tribunales…
Fuente: HUFFPOST – revise la noticia completa aquí