Llegó al aeropuerto de Barajas con la ilusión de la novia que va al altar. Ella, a sus 73 años, había viajado desde América para contraer nupcias con el cantante Luis Miguel. Tenía un año intercambiando mensajes e imágenes en Whatsapp y el chat de Google. A mediodía llegó su avión. Al salir, no estaba el mexicano esperándola. Se había excusado: estaba muy enfermo, en un hospital. Pero le enviaría a su chófer, apellidado Sánchez.
Ella tampoco le encontró en la terminal. Pidió el teléfono prestado a su compañero de asiento. Nadie contestó. Esperó. «Ahí es cuando el mundo se me vino a los pies», recuerda Sandy Somarriba, empresaria en Centroamérica, traductora para migrantes en temas legales y sanitarios en Estados Unidos y ahora pensionista. «A mí me gusta Luis Miguel y su música. En Facebook me salió un mensaje con su foto que decía: ¿quieres chatear conmigo? Y yo empecé».
El supuesto Luis Miguel le pidió que comprara una «tarjeta de fan» por 500 dólares (unos 450 euros), que era imprescindible para hablar en privado. «Así comenzó la cosa», dice en un hostal de Brunete (Comunidad de Madrid) donde pasa los días sin dinero a la espera que salga su vuelo de regreso a Las Vegas, donde vive.
Todavía hoy se lamenta que la tarjeta nunca le llegara. Aquel pago se demoró. Pero una vez que el timador venció sus resquemores iniciales, le sustrajo unos 10.000 dólares en diez meses, calcula ella, que incluso vendió una joya por 750 euros para dárselos. «Tonterías he cometido a miles. La gente no puede comprender cómo caí en esto. Yo lo veía venir pero no quería escuchar». Los engaños eran diversos. Desde pagar la aduana de una caja inexistente hasta adelantarle el dinero de un cheque falso que él depositó en la cuenta de ella.
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Carmen Moreno. – Asistente Web Digital