Los daños colaterales del imparable ‘efecto Amazon’

El comercio hiperveloz de la big tech estadounidense castiga al comercio de proximidad, maltrata al trabajador y deja una huella sutil en las relaciones sociales

Amazon anunció en 2005 el lanzamiento de su servicio Prime, considerado hoy una especie de apellido irrenunciable. Ni siquiera en los casos más rutilantes el éxito llega a las primeras de cambio. El precio inicial eran 79 dólares al año y el compromiso de la compañía dirigida entonces por Jeff Bezos consistía en garantizar pedidos ilimitados sin gastos de envío y con un plazo máximo de recepción de la mercancía de 48 horas.

Se estima que seis años después del estreno, apenas cuatro millones de hogares estaban suscritos al servicio. Bezos destapó la cifra redentora años más tarde. En 2021, la cifra de suscriptores alcanzó los 200 millones a escala mundial.

En 2022, la big tech con sede en Seattle facturó 474.550 millones de euros, un 9% más que el curso anterior. Prime representó entonces el 6,9% de los ingresos, un pellizco relativamente modesto que no hace justicia a la dimensión del seísmo económico, laboral y social causado en paralelo por este modelo de negocio.

La muesca más obvia del efecto Amazon marca el rostro del comercio de proximidad, atrapado en una tormenta perfecta donde confluyen la inflación del mercado inmobiliario, el cambio de hábitos derivado de la pandemia (el consumismo se vertebra hoy en internet) y la imposibilidad de competir en stock con los inmensos hangares de la multinacional estadounidense. No es extraño pasear por las antiguas arterias comerciales de cualquier ciudad española y comprobar cómo las franquicias y el house flipping han transformado sus fisonomías.

El impacto que la cultura de la hipervelocidad tiene a escala laboral lo explica Amy Sorkheim en un artículo publicado en Engadget: «La empresa opera una flota de aviones de carga, experimenta entregas con drones y despliega miles de furgonetas de reparto, aunque ninguna de esas furgonetas con la marca Amazon está conducida por empleados reales. En su lugar, empresas independientes, conocidas como socios de servicios de entrega, subcontratan a otros conductores para que se ocupen de esta tarea». Muchos de ellos orinan en botellas durante los turnos de reparto, otros sufren accidentes en los almacenes e incluso se han denunciado casos de espionaje a la plantilla (el Gobierno francés le impuso una multa de 32 millones de euros).

Un inciso: el frente regulatorio europeo promete nuevas tensiones a raíz del reglamento de mercados digitales, al que ni Amazon, ni Apple, ni Alphabet, ni Meta se adaptan con suficiente convicción.

Quizás el defecto más inadvertido del efecto Amazon golpee a nivel social. De manera tan sutil como inexorable el romance con lo urgente es una autopista a la ansiedad y la impaciencia, estados anímicos que conectan con otros hechos probados de la dimensión digital, desde el deterioro de la memoria o la capacidad lectora hasta el declive de las narrativas audiovisuales clásicas (el cine), sepultadas por el streaming, las series y los maratones de fin de semana (binge watching).

Los observadores más existencialistas darán un paso más y afirmarán sin asomo de duda que la hipervelocidad, la superficialidad y la inconsistencia contagian también las apps de citas. De ahí que se hayan acuñado términos tan en boga como el ghosting o que no sea infrecuente bloquear a una persona con la que dos días antes se chateó amigablemente. La última tendencia en este majadero escenario la apunta el New York Timeshablar pero no quedar. De tanto comprar baratijas, de tanto curar insatisfacciones con bisutería digital, el sapiens ha terminado convertido en la principal mercancía. Bien lo sabe Bezos y bien lo saben personajes de su liga multimillonaria como Mark Zuckerberg, Tim Cook o Elon Musk.

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Carmen Moreno. – Asistente Web Digital

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