Desde abril pasado, miles de estudiantes y ciudadanos inconformes han salido repetidamente a la calle en Georgia, en las manifestaciones más multitudinarias desde la disolución de la URSS en 1991, el bloque al que hasta ese entonces pertenecía esta pequeña nación ubicada en el límite entre Europa Oriental y Asia Occidental. Pese al caldeado ambiente, este martes 28 de mayo, el Parlamento georgiano anuló el veto presidencial a la polémica ley de agentes extranjeros.
La mecha que prendió el fuego en Georgia: una iniciativa del Gobierno -adoptada este 28 de mayo por el Parlamento- para aprobar una ley que exige que las ONG y los medios se registren como «agentes extranjeros».
Los manifestantes acusan a las autoridades de autoritarismo, violencia policial y parapolicial desmedida, y aseguran que la ley es similar a una que se usa en Rusia para perseguir a casi cualquier voz crítica.
Desde Tiflis, la capital de Georgia, su Gobierno ha rechazado estas críticas y afirma que las protestas han sido organizadas por sus rivales políticos, para perjudicarles en las próximas elecciones de octubre.
Cierto o no, el trasfondo es claramente el del conflicto en curso entre Rusia y Occidente, incendiario desde la invasión rusa a gran escala de Ucrania.
Prueba de ello está en el nerviosismo que la situación ha provocado en los despachos de Bruselas y Washington.
Después que el Parlamento georgiano, controlado por el partido gubernamental Sueño Georgiano, aprobara la llamada Ley de Transparencia sobre la Influencia Extranjera (posteriormente frenada por la presidenta Salomé Zourabichvili y hoy adoptada por el Parlamento), Occidente ha redoblado su presión sobre el Gobierno del país.
La Unión Europea ha advertido que, si no retiran la ley, podría congelar el estatus de país candidato a entrar en su bloque, mientras que la OTAN ha pedido a Georgia «cambiar el rumbo» y EE. UU. incluso ha amenazado con sanciones a los promotores de la legislación.
¿Por qué un país de 3,7 millones de habitantes —la mitad de Bogotá— y con una superficie de 69.700 kilómetros cuadrados está provocando semejante tormenta?
A priori, Georgia es una nación demasiado alejada de Europa y muy pequeña para suscitar la atención de grandes potencias. Algunos observadores, sin embargo, lo han explicado con pocas palabras: la posición geográfica de este país lo hace —con la guerra de Ucrania más— un importante lugar de tránsito de mercancías, petróleo y gas que conecta Asia (China) con Europa.
Una señal de esta situación la ha dado el propio presidente turco, país que recibe y exporta gas azerí que pasa por Georgia. Tanto es así que, en medio de las protestas, el primer ministro georgiano, Irakli Kobakhidze, voló a Turquía para reunirse con el mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan. Y allí Erdogan pronunció un discurso insólitamente europeísta y atlantista. Dijo que Ankara seguiría apoyando “los esfuerzos de Georgia para la integración con las instituciones euro-atlánticas” y que se opondría a “cualquier acción que amenace la paz, estabilidad y seguridad de la región”. Traducido: Georgia debe seguir estable.
Hans Gutbrod, actualmente catedrático en la Universidad de Ilia de Tiflis, lo interpreta de esta manera: “No creo que a Turquía le haga mucha gracia la desestabilización de un país por el que pasan sus tubos y, por tanto, su dinero”. Por esto mismo, incluso dentro del partido de Gobierno, Sueño Georgiano, hubo quienes llegaron a manifestar sus dudas antes de la decisión de su cúpula de llevar adelante la ley de agentes extranjeros. “Las protestas de la ciudadanía [georgiana] eran previsibles”, añade Gutbrod, en una entrevista en un café de la capital georgiana.
Nino Evgenidze, directora del Economic Policy Research Centre de la capital georgiana y analista de geopolítica, ahonda más en el análisis. “A través de Georgia pasan varios oleoductos y gasoductos, así como corredores de transporte que desempeñan un papel importante en el comercio global y el suministro de energía”, dice Evgenidze. “Y este papel se ha vuelto aún más importante tras la invasión de Ucrania y por las sanciones económicas y restricciones comerciales impuestas a Moscú. Hoy en día, Georgia es el único corredor que conecta a Azerbaiyán, rico en petróleo y gas; y a los países de Asia Central con Europa y los mercados mundiales, evitando el control de jugadores geopolíticos agresivos como Rusia e Irán”, detalla.
Todo ello sin tomar en cuenta los proyectos que se han planeado y todavía tienen que ver la luz, como sugiere Rezi Topuria, docente en la Universidad de Georgia: “Tiflis puede convertirse en una ruta de tránsito rápida y atraer a más empresas extranjeras […] con acuerdos que involucren a la Unión Europea (UE) y a China”.
“Por eso, Bruselas le ofreció (en diciembre pasado) el estatus de candidato a entrar en la UE y China está activamente intentando enganchar a Georgia en su iniciativa de la denominada Ruta de la Seda china”, agrega.
Tanto es así que alguno de estos proyectos incluso ha logrado que estadounidenses, europeos y chinos se pusieran de acuerdo. Es el caso del Corredor Medio (o Corredor TITR, Trans-Caspian International Transport Route), ya con una parte operativa y que permite el transporte de mercancías a larga escala de China a Europa, en alternativa a la ruta que pasa por Rusia o por el también inestable Canal de Suez.
De ahí también la inquietud de Rusia que, si bien ha rechazado las acusaciones de intromisión, sí ha defendido al Gobierno georgiano y ha atribuido las protestas a fuerzas extranjeras. Beka Kobakhidze, catedrático de la Universidad de Ilia y profesor invitado de Harvard, lo explica con la historia: “Después del colapso de la Unión Soviética, Georgia, Ucrania y Moldavia quedamos en una especie de zona gris, ya no éramos parte de Rusia, pero tampoco fuimos integrados en las instituciones euro-atlánticas”, dice Kobakhidze.
Según él, son ahora estas zonas grises las que Rusia está intentando recuperar, “como demuestra la invasión de Ucrania”. “A través de un régimen autoritario establecido en Georgia, Tiflis también pasaría a estar dentro del mundo ruso, más allá de que hoy en día el corredor georgiano es de gran importancia para Occidente, y que Rusia por eso quiere tomar su control”, añade.
“Esto se ha hecho más visible desde que Occidente impuso sanciones sobre Rusia y dejó de comprar su gas, para diversificar sus fuentes de aprovisionamiento. Por eso, inestabilidad aquí también significa una amenaza directa a la seguridad energética de Europa”, opina.
El problema para Rusia es que, si bien la sociedad georgiana está muy polarizada, hay una gran mayoría (algunos sondeos hablan del 80%) que se dice europeísta y está a favor de la Unión Europea.
Y esto también tiene que ver con la historia, en particular con la llamada Guerra de los 5 días, gracias a la cual las tropas rusas ocuparon —después de apoyar la secesión de la región de Abjasia, según la versión de Tiflis— también Osetia del Sur, que también se declaró independiente y donde hay tropas rusas (Rusia también reconoció esa declaración de independencia, como otro puñado de países, entre ellos Venezuela). Lo que ha dejado una profunda herida en los georgianos. Herida que se suma, como elemento disruptivo, a un conflicto que probablemente aún dará mucho de qué hablar.
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Carmen Moreno. – Asistente Web Digital